Comentario
Salzillo trabajó principalmente para Murcia y toda su provincia, así como las estrictamente colindantes: Almería, Albacete y Alicante. Su obra se quedó circunscrita a un área muy limitada de difusión que quizás se hubiese ampliado con el viaje a la Corte o si él mismo se hubiera interesado en darse a conocer en otros lugares; aunque la verdad es que para los años en que se centra su producción (1727-83) había muy buenos escultores en otras latitudes y ellos satisfacían muy bien la demanda de aquellos lugares. Así teníamos a Duque Cornejo (1757) y Cayetano de Acosta (muerto en 1780), en Sevilla, José Risueño (muerto en 1732) y Torcuato Ruiz del Peral (muerto en 1773), en Granada; Francisco e Ignacio Vergara, en Valencia; Luis Bonifás (muerto en 1786), en Cataluña; José Ramírez de Arellano (muerto en 1770), en Zaragoza o, por no abundar más, los cortesanos Carmona (muerto en 1767) y Mena (muerto en 1784), así como Narciso y Simón Gavilán Tomé (muerto en 1742). Cuando los estudiosos de Salzillo se extrañaban de su poca proyección, no tenían en cuenta a todos estos notables escultores, y aún más, debido al desprecio que había despertado su estilo barroco y, por tanto, ignoraban o no valoraban su profusa actividad.
Dentro de su limitado campo de acción, fueron las ciudades de Murcia y Cartagena, y en menor escala Orihuela y Lorca, las que solicitaron sus obras, aunque era raro el núcleo de población, por pequeño que fuera, que no pidiera una escultura al genial paisano.
En Murcia fueron los numerosos conventos y las iglesias parroquiales los que pidieron obra suya, así como las cofradías, sobre todo la de Nuestro Padre Jesús Nazareno que, exceptuando la imagen del titular, quiso tener todos sus pasos, ocho, de Salzillo. Varios de los temas hubo de repetirlos en versiones casi idénticas para otras, y fueron los Californios, de Cartagena, la que más le solicitó.
Pero entre el grueso de las cofradías podía también haber personas devotas y adineradas que financiaran ellos solos el coste de uno o más pasos, y esto sucedió con don Joaquín Riquelme y Togores, que donó a su costa para la citada de Jesús Nazareno: La Caída y La Oración del Huerto; esta relación iba a fructificar más aún cuando su hijo, don Jesualdo Riquelme, le encargara el Belén, formado de todas las escenas precisas y mil detalles anecdóticos.
Sorprendentemente, casi no actuó para la catedral, a no ser que aceptemos como suya la imagen de La Virgen del Socorro y el relieve de remate de su retablo; a más de esto, lo que hizo se reduce al Crucificado del facistol, de la agonía, y el San Antonio de Padua que hubo de terminar Francisco Diego Francés, pues el relieve de la Virgen de la leche fue un encargo particular para el oratorio de don Bernardino Marín y Lamas; el mismo que le encargó el San Jerónimo de su monasterio. Resulta muy extraño que no se aprovechara más su genio, estando además, como estaba, la catedral en plena ebullición transformadora.